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Todo al blanco.

 El problema de las aplicaciones no es follar, es que antes hay que hablar un montón. Aunque se puede decir que una vez que sales de las típicas preguntas del qué tal estás, del cómo va el día, a qué te dedicas y qué estás buscando aquí lo demás es coser y cantar. Pues mira guapo, yo he venido a Tinder porque necesito un fontanero para arreglar el grifo de la cocina.

Cuando coincidí con D. me pareció un tío simpático y majo, trabajaba en seguridad de redes y buscaba algo lógico dentro de este tipo de relaciones, conocer gente y lo que surja. Hablábamos durante todo el día y parecía que la química fluía entre nosotros, solamente nos faltaba ponernos cara.


Decidimos quedar una tarde de esas raras en las que la llovizna me iba a dejar el pelo como la Baronesa Thyssen, un pelo en el que no sabes si te has puesto una mofeta encima o estás intentando esconder droga debajo de ella.


Se puede decir que con el tema de la pandemia para mí salir a tomar unas cervezas era como ir de after, sabía como salía de casa pero no si iba regresar con todos los órganos intactos en mi cuerpo. Hablamos, vamos que si hablamos, pero sobre todo bebimos, bueno, bebí. Y también tiré de chistes malos de borracha que ahora mismo no sé por qué en ese momento me pareció buena idea.


  • Oye, nunca te has preguntado: ¿si cruzas un chucho con un minino, crees que sale un chumino?

  • ¿Qué le dice una nalga a otra? Entre nosotras algo huele mal.


Entre tanto chiste malo llegó la hora del toque de queda, por supuesto que lo que menos me apetecía era regresar a mi casa con este moco que ríete tú de El Cigala, por lo que me invitó a tomar la penúltima en la suya. Todo parecía ir perfecto y quizás esa noche hasta podría pillar cacho, lo raro iba a ser volver a la mía sobre las dos piernas y no sobre cuatro, porque el redbull dará alas pero la cerveza te da tracción a las cuatro ruedas.


Cuando llegué a su casa llevaba tal ciego que Stevie Wonder a mi lado tenía la vista cansada. Ahí estaba su perro, vigilando mi llegada y pensando que tenía menos equilibrio que la Torre de Pisa. Un rottweiler negro y con cara de que precisamente mi amigo no se iba a hacer esa noche y menos en ese estado.


No sé por qué me bebí esa última copa, mi cerebro empezaba a colapsar y las tapas de las cañas ya las tenía en el dedo meñique del pie. Nos empezamos a besar y la noche se estaba calentando, o era yo que ya tenía calor, también podría ser. Me invitó a pasar a su habitación y me pareció muy apropiado porque necesitaba tumbarme, no entiendo por qué pensamos que si la habitación se está moviendo no lo va a hacer la cama convirtiendose en el Titanic en el momento más inesperado de la noche, pero justo en la última parte de la película.


La cosa no iba a mejor, aunque intentaba ocupar mi mareo con los besos y que el chico me estaba poniendo más caliente que el tubo de escape de un Rieju antigua, me empezaba a encontrar realmente mal. Fue en ese momento cuando pensé que necesitaba un retrete urgentemente si no quería protagonizar la versión extendida de la película La niña del exorcista.


Me levanté como pude con la mano tapando mi boca indicando que necesitaba saber donde estaba el baño de forma urgente y salí corriendo hacía la puerta de la habitación, creí entender que estaba a la derecha, demasiado tarde para el suelo de su pasillo y el del blanco nuclear de sus paredes.


De mi cuerpo salió todo como si me estuvieran sujetando por los pies y me estuvieran sacudiendo de arriba hacia abajo. Realmente le poté en el suelo porque me parecía que aquello estaba siendo demasiado frío y quería que me conociese por mi interior, por las vísceras y la bilis concretamente.


Solamente podía disculparme y seguir vomitando, en ese momento es cuando piensas que más vale perder un polvo que la tripa y mi nivel de ridículo no podía ser peor, o sí. Delante de mi cara una mancha negra apareció como un fantasma, una mancha negra en el suelo y no era algo que yo recordaba haber comido y sobre todo suplicaba porque no hubiera salido de mi interior, iba a ser muy jodido volver a colocarlo en su sitio.


Pues sí, como podéis imaginar era Bolton, el rottweiler, el perro del chico aquel que me miraba con cara de estupefacción y asco, y que ahora mismo se encontraba cenando y emborrachándose a mi costa de todo lo que a mí me había sobrado, se estaba dando un festín debajo de mi cara descompuesta mientras yo hacía aspavientos con las manos e intentaba que se largase. La imagen era como de una señora mayor espantando las moscas de la comida mientras no podía dejar de sacar todo lo que yo llevaba dentro, que era mucho.


Creerme cuando os digo que no se puede salir con dignidad de aquella situación, pero se puede intentar, y a pesar de que quería que la tierra me tragase al día siguiente y padecí la resaca más grande y avergonzante de mis taintitantos, el chico volvió a llamar y sorprendentemente no era para que le arreglase aquel estropicio.


Como dice Rosa Montero en el libro “La ridícula idea de no volver a verte”


"No hay nada ridículo en la intimidad, no hay nada escatológico ni repudiable en ese lento fuego doméstico de sudor y de fiebre, de mocos y estornudos, de pedos y ronquidos.“


Entonces, qué hay de malo en un poco de vomito en sus paredes??

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